Adolfo Suárez, en la memoria.
Poco más se puede decir de Adolfo Suárez
que no se haya dicho o se vaya a decir estos días. Para aquellos que no
conocieran su figura, fue el político clave que –desde el seno del
régimen franquista— capitaneó el rumbo de una transición española hacia
la democracia, comenzando por la ley para la reforma política que trajo
el pluralismo político, pasando por la legalización del partido
comunista español, celebrando las primeras elecciones de la nueva
democracia y liderando la redacción de la Constitución de 1978, vigente a
día de hoy. Para la historia quedará la imagen de Suárez –junto a
Gutiérrez Mellado— encarando de pie los disparos de los golpistas aquel
23 de febrero en el Congreso. Los logros políticos del primer presidente
de la nueva España democrática son tan grandes que hasta el momento
ningún sucesor, por más carismático que sea, ha conseguido hacer lo que
él hizo. De ideas conservadoras, su mandato fue –para ironía del
destino— el que trajo más progreso a los españoles.
Sin embargo, España no le ha
correspondido como él merecía en vida. Mientras ejerció el cargo, el
desgaste en su búsqueda de consenso le costó la soledad. No sólo frente a
las demás fuerzas políticas, sino en el seno de su propio partido
–Unión de Centro Democrático— que termino por derrumbarse tras
abandonarle. Un partido se construyó en torno a su figura y que, a la
postre, podría haber llegado a representar esa esperanzadora tercera vía
que hoy tanto buscan los ciudadanos cansados del bipartidismo.
Tras su retiro, se le diagnosticó el
síndrome de Alzheimer, aunque los recuerdos no se le borraban sólo a él
sino también al resto de España. La izquierda española, que fue una
ingrata entonces al tacharle de fascista, lo sigue siendo hoy,
confundiendo lo que fue la base de la libertad –que fue el legado de
Suárez— con su propia obligación de consumar el camino a un país
enteramente justo y democrático. La derecha, que tanto le odió hasta el
golpismo por ser un traidor, se ha apropiado de su legado y se ha
convertido en adalid de aquello a lo que entonces se opuso, como la
propia Constitución. Se mire donde se mire, nadie ha estado a la altura
de las circunstancias.
Es por ello que España debería conmemorar
a Adolfo Suárez, no porque acabe de dejarnos, o porque dejó un legado
político de máxima importancia. Debemos recordar qué representó y qué
significó este hombre. Nos enseñó que los cambios son posibles, que
éstos sólo son posibles con voluntad y con espíritu de consenso. Que hay
algo que está por encima del interés particular y es el interés de
todos. Nos enseñó la diferencia entre enemigo y adversario, que la
ideología no lo es todo, que hacer lo correcto conlleva un gran coste,
pero siempre merece la pena.
Todos los españoles deberían sentirse
tristes por la pérdida de este hombre. Se va no sólo una figura
histórica y alguien que sin ser perfecto ha hecho mucho bien por este
país. Se va la prueba viviente de que en esta España nuestra se pueden
hacer grandes cosas si nos lo proponemos y nos ponemos de acuerdo para
hacerlas. Ahora que no está, nos toca a nosotros encarnar ese ideal. Y
un buen primer paso es honrar todos juntos y dar las gracias a Adolfo
Suárez.
http://politicacritica.com/2014/03/24/adolfo-suarez-in-memoriam/
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